César Ricaurte
Sin temer fe.
No se necesita, cuando una boca atrapa
a otra y sucesivamente se invierten los papeles.
Ahora me desnudo.
Introduzco la mano en mi cuerpo. Rebusco en mis vísceras.
Saco el corazón.
Te lo ofrezco entero, latiente y caliente.
Veo entre las sombras,
un viejo mendigo nos espía para cuando nos descuidemos
tirar piedras a los pájaros que anidan en nuestra ventana.
Un silencio salvaje protege al cuerpo de las heridas.
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