domingo, julio 03, 2005

ELOGIO DE ALVENTOSA

EL PAÍS-Comunidad Valenciana, miércoles 11 de septiembre de 1996
Elogio de Alventosa
MANUEL TALENS

La ciudad de Valencia es un lugar tan aburrido en verano que hay quien piensa que fallece en junio, se pudre en agosto y resucita en el otoño. Yo siempre he creído que algo había de verdad en dicha alegoría, pues el olor inconfundible a retrete que exhalan sus alcantarillas durante los meses estivales parece afirmar esa calidad de cadáver corrupto.
Hoy, mientras escribo estas líneas que aparecerán más tarde en EL PAIS, es 29 de agosto y la conjunción de tal fecha con el hedor callejero me ha hecho recordar a un personaje pintoresco del ayer, aspirante inútil a la alcaldía de Valencia, que vivió toda su etapa adulta en el barrio del Pilar y que ha sido machaconamente olvidado por nuestros ediles desde aquel lejano 29 de agosto de 1917 en que murió. Estoy hablando de Hipólito Alventosa.
Es fácil para cualquier político municipal (yo diría que forma parte del cargo) ensalzar a Teodor Llorente —por muy execrable poeta que fuese— o a Vicente Blasco Ibáñez —por mucho que escribiera sus novelas, en mordaz comentario de don Pío Baroja, con la pluma de firmar los cheques—, pero lo que resulta inconcebible en estos lares es rendir pleitesía o bautizar calles con nombres de antihéroes valencianos. Hipólito Alventosa fue uno de ellos, quizás el mejor. Veamos lo que dicen de él los eruditos:
HIPÓLITO ALVENTOSA (Castellón 1860 - †Valencia 1917), mediocre y absurdo poeta simbolista, cuya obra no dejó el menor rastro (rescato aquí por pura equidad el título de uno de los libros que dio a la estampa: El papel desconforme, editado en 1896 y que contiene inconmensurables retruécanos kitsch) y que hoy es recordado principalmente a causa del agrio antagonismo que mantuvo durante siete años, recién nacido este siglo, con las autoridades eclesiásticas y administrativas de Valencia, malgastando todos sus bienes en la folclórica y anarquizante Unión Valenciana de Pecadores (UVP). Su programa, caso de haber logrado el control del Ayuntamiento, incluía políticas de tipo progresista (implantación gratuita de la sifiloterapia al mercurio en los burdeles, aspersión de las calles en verano con agua perfumada para contrarrestar la peste a letrina, prohibición a los ediles de ventosear por el ano y de escupir en el suelo durante las reuniones del concejo, etc., junto a otras de un misticismo descabellado, como por ejemplo la firme promesa de sustituir el nombre a la Bajada de San Francisco —hoy Marqués de Sotelo— por Bajada de la Santa Ramera María Magdalena). En 1914 fue declarado insano mental y terminó sus días en el manicomio de Jesús. (Cf. Manuel Sanchis Guarner: Relación de valencianos singulares, 1956).
Conozco de buena fuente una sabrosa anécdota en la que intervino Alventosa: mi abuelo, que en 1909 era un hombre joven, presenció aquel año en el Parterre un mitín improvisado de los unionistas y recordaba que el líder, vestido de anacoreta, enardecía a sus seguidores mediante arengas en favor del cambio social, de los mendigos, de las putas, de los ladrones honrados y de los sifilíticos, y lo más curioso es que la gente lo escuchaba con devoción; pronto aparecieron los guardias de la porra y se liaron a repartir leña entre los asistentes. Alventosa, que por lo visto tenía ínfulas de mártir, no sólo hizo caso omiso de quienes le conminaban a huir, sino que se mostró desafiante: “¡Fariseos, traidores!”, gritaba; pero no pudo añadir más, ya que un guindilla le dio tal palo en la cabeza que le abrió un tajo de a cuarta. “Dios te castigará, asesino, y antes de lo que crees...”, replicó el poeta/activista con la voz en un hilo, mientras se lo llevaban bañado en sangre. El guardia, como por milagro, se echó mano al torso y cayó fulminado (yo supongo que a causa de un infarto). “Te lo dije, maricón, arderás en los infiernos...”, musitó Alventosa, ya sin fuerzas.
Poco después, en 1910, el anarquista Pardiñas asesinó a Canalejas, Alventosa se volvió loco de atar, unos vinieron y otros se fueron, y la vida española, como canturreara el Iglesias, siguió igual que siempre.
Y yo me pregunto: ¿Acaso el tiempo no es capaz de borrar las cicatrices? ¿Para cuándo el homenaje de los valencianos a Hipólito Alventosa, doña Rita?

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