domingo, julio 03, 2005

ITZULI

La conoció una mañana en la playa de Orio, treinta años atrás. Él entonces acampaba en cualquier sitio y aún creía en el porvenir. Era temprano, el sol apenas salía por el horizonte. Un perro caracoleaba en la arena y ella, con los pies descalzos, recogía conchas de mar. Le sonrió.
–Egun on.
–Lo siento –dijo él algo turbado–, no entiendo el vasco.
–Te acabo de dar los buenos días.
Anduvo un rato junto a la joven entre las mansas olas que venían a morir a sus pies.
–¿A qué te dedicas? –le preguntó ella.
­–A todo y a nada, pero en estos momentos estoy traduciendo un libro de poemas de Jim Morrison.
–¿El cantante de los Doors?
–Sí.
–Itzuli –dijo ella.
–¿Qué?
–En euskera itzuli significa traducir y también volver.
–Las palabras son viajeras –comentó él con timidez–, pero siempre regresan.
Ella asintió.
–Las personas también.
Hablaron poco más. La muchacha le regaló una concha nacarada y le dio un beso en la mejilla al decirle adiós. Había ya bastante luz y él pudo ver que sus ojos eran verdes, con un toque de ámbar.
Nunca supo su nombre.
Él teclea ante el ordenador. Su cuarto está en penumbra. Es muy temprano, el sol apenas sale por el horizonte y unos tenues rayos se cuelan a través de la ventana. Está traduciendo una novela que trata de un regreso y de la fuerza irresistible del deseo. Sobre la mesa, junto al paquete de cigarrillos, hay una concha de mar que ha conservado desde los años de su juventud. Se siente inquieto, algo va a suceder. «Itzuli», piensa, y nota en sus venas un fogonazo de adrenalina. Se levanta de la silla y, poseído por una extraña convicción, corre hacia la puerta de la casa y la abre con el pulso enloquecido.


Manuel Talens

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