lunes, marzo 20, 2006

EL PADRE PABLO

El Padre Pablo
Ugo Calvigioni


Desperté temprano como todo domingo, aroma a café, tostadas, lecturas del periódico.
Camine hacia las puertas de la catedral, esperaba ver un sol radiante, pero algunas
nubes grises y vientos como venidos de lugares paganos acariciaban los arcos del
santuario. La gente del pueblo llegaba y se situaban como siempre en el mismo lugar.
Un día pleno.
Solo un asiento quedaba sin ocupar.
Comencé la misa como de costumbre, mis oraciones, algunos cantos de mis ayudantes.
Por un instante se hizo silencio...
entraba ella, directo al único asiento vacío.
De figura esbelta, con capa obscura,
la seguí con la vista hasta buscar su mirada.
Sus ojos grises me invadían desde allí sentada, miles de fieles y solo la veía a ella.
Sentía correr por mis venas pecado y lujuria, mientras oraba.
Cerré los ojos para pensar por un momento que solo era una ilusión,
levante mi rostro y nadie había.
Nadie.
Solo ella,
sentada frente a mi, ofreciendo su cuerpo.
Nos amamos en el altar, entre oros y encajes de satén,
con la inmensidad de un sacrificio, fuegos sin freo
cruzando los pecados, sin paz.
A lo lejos, escuchaba murmullos que se acercaban,
gente corriendo, alborotada.
No pude abrir los ojos, aquella mujer era,
mi muerte.
Mujer de ojos grises, rosa del pantano,
hoy todavía te busco, y me encuentro en otra frontera.
Este humilde Padre, seguirá pecando por ti.

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